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De regalos anónimos

Por motivaciones íntimas que no vienen al caso hace cierto tiempo que decidí que podría ser muy interesante hacerle un regalo anónimo a una de mis vecinas.  Y este fin de semana me pareció que había llegado el momento de transformar mi ocurrencia en realidad. Creo que he conseguido un nivel de depravación sexual óptimo que me permite  entrar en un sex shop con toda la naturalidad de un ciudadano normal. Así que este viernes se me ocurrió que podría ser el indicado para comprar a mi vecina el dichoso consolador o vibrador. 

El ambiente, tal como me esperaba,  era muy distendido y normal. Salvo, quizás,  algún señor calvo con gafas de sol que daba algunos paseos demasiado ociosos y extraños por el pasillo de las cabinas de películas porno y alrededor de las estanterías de juguetes, sin fijarse o siquiera simular que reparaba un poco en los artículos. Aquel señor buscaba algo, no cabía duda, y no parecía que los dueños de la tienda lo hubiesen pedido al distribuidor. Un agobio de hombre, en fin, y sobre todo cuando no estaba nada claro si jugaba a pares o nones el buen señor. Pero todo lo demás parecía el público convencional de un museo de ciencias o pintura, parejas jóvenes, menos jóvenes, damas y caballeros de todo pelaje y condición...  Salvo quizás por la presencia de algún ejemplar de  horterilla de discoteca o de mesón y alguna llamativa reincidencia de menores sudamericanos cuya causa me expliqué porque no debían estar muy duchos en Internet.

En fin, después de casi una hora deliberando sobre cuál podría ser el vibrador más adecuado elegí uno muy hermoso y transparente y de tono rosado y talla 6 en un material ni muy duro ni muy blando que parecía moldeado  por el mismísimo Da Vinci O Miguel Ängel. Tanto me gustó que estuve muy tentado de comprarme otro igual para la cómoda de mi jol. Porque además tenía una gran ventosa muy práctica debajo del apartado testicular, lo cual  que había muchas posibilidades por otra parte de que no pudiera tirármelo al suelo tampoco el cachorro de gato que anda trasteando por la casa sin parar, a no ser para comer o dormir. Pero luego medité y no creí muy prudente colocar el vibrador en la cómoda del jol porque si por un casual mi vecina pudiese vérmelo  un día podría pensar que era demasiada casualidad.

Con mi juguete bajo el brazó salí a la calle Montera y no tarde en elegir de forma muy discreta a una de aquellas prostitutas tan jóvenes que medoreaban por el lugar.  Empecé por preguntarle cuánto tiempo me dejaría probar con ella mi vibrador sin estrenar, que cuánto tiempo duraba de media sus servicios, vaya, que aunque no había leído aun las instrucciones, daba por hecho que el vibrador no eyaculaba nunca y tampoco quería abusar del tiempo y la paciencia de nadie. Pero la chica era originaria del Este y no acababa de entender muy bien lo que le decía y eso que abrí la bolsa de la tienda y le enseñé en su caja de plástico transparente el hermoso vibrador en cuestión. No tardó mucho en dejar de sonreirme  y se puso a contemplarme con cierta rareza y algún esporádico  desdén a la bragueta de mi  pantalón. Al final decidió pedir consejo a algunas de sus compañeras que vinieron muy interesadas hacia nosotros a ayudar y en apenas medio minuto se pusieron a deliberar sobre el asunto con mucha pasión, interrumpiéndose sólo para observarme de arriba abajo, por lo común con el rabillo del ojo y de medio lado. Aunque aquel idioma eslavo me resultaba muy dulce y hasta cantarín por momentos empecé a sentirme bastante incómodo con la situación.  Sobre todo porque no paraban de acercarse más y más prostitutas desocupadas a informarse sobre el caso y debatir y  muchos turistas y peatones en general habían empezado también a pararse por aquí y por allá alrededor nuestro para observar todo aquel guirigay  que iba a más con mucha curiosidad. Áunque yo no entendía ni papa de lo que decían aquellas chicas era evidente que el servicio que yo había solicitado había desatado un debate entre ellas muy intenso y apasionado. Tanto que incluso empezaron a surgir fuertes discusiones que por momentos hacían temer que se produjera una pelea o situación violenta descontrolada.  De suerte que varios policías de la comisaría cercana empezaron también por preocuparse y estar al tanto de la situación, hasta que la cantidad de gente acumulada alrededor nuestro era tan grande les hizo indispensable intervenir. Yo aproveché el interés de los policías para ponerles en antecedentes y pedirles ayuda para ver si de una vez podía yo irme con la chica a probar mi vibrador. Los policías colaboraron conmigo de forma muy eficiente y no tardaron más de medio minuto en convencer a todas las prostitutas allí reunidas de que disolvieran y fueran a sus quehaceres y que la interesada se encaminase al hostal cercano conmigo a hacer su servicio, aunque ésta no se mostró en ningún momento muy animada sobre el asunto si no le acompañaba alguna pequeña comitiva  de compañeras. Yo consentí aunque estaba algo preocupado por si en esas condiciones me podría concentrar bien.

Una vez en el cuarto del hostal todos (las chicas eran cinco o seis) me dispuse a ponerle el preservativo al vibrador como es lógico, porque yo no iba a regalarle a mi vecina un vibrador que no estuviera en óptimas condiciones higiénicas y de salubridad. Se armó otro pequeño revuelo  entre la interesada y las testigos, pero con una buena dosis de paciencia y aun más gestos y exhotaciones por mi parte conseguí hacerlas entrar en razón sobre la conveniencia y normalidad de mi iniciativa. Y al cabo de unos cinco minutos de pruebas con el electrodoméstico di la experiencia por muy positiva y superada y ese mismo día por la tarde le mandé mi hermoso regalo a mi vecina por paquete exprés. He conseguido coincidir con ella un par de veces en el ascensor y hemos tenido en ambas ocasiones una breve conversación intranscendente y trivial. A mí me han parecido un poco más largas y distendidas de lo acostumbrado, pero tampoco descartaría del todo que fuese un efecto psicológico mío nada más. Me siento feliz. Estoy ilusionado.  Y lo que me resulta más conmovedor y bonito de todo es que en ningún momento ha albergado ninguna sospecha sobre mí como el autor del regalo. Aunque confieso que por algunos instantes me ha parecido, por  cierta deferencia muy resuelta y dulce que he creído percibirle  hacia mí, que su inconsciente ya se ha enterado. Seguiré muy atento a las derivaciones del asunto. Esto no acaba más que empezar.

 

Ernesto de Ja ja janover Roll Over Katoven (para ustedes simplemente Lonely Flipidor.)

A propósito de Torrente

Apenas un par de días después de la muerte de don Gonzalo pasaba yo unos días en Salamanca. Por casualidad (supongo, que por casualidad, que yo no soy nadie tampoco para ser el portavoz del Caos o del supuesto Regente del Destino) una de aquellas mañanas caminaba cerca de uno de sus hijos más jóvenes, quizás alguna pizca más que sólo un adolescente, y que en ese mismo momento estaba parado recibiendo el apoyo y el pésame a la vez (¿es esto posible?) de unos señores no sé si desconocidos, conocidos o simples amigos de su familia. Yo me di cuenta al instante de que aquel chico debería ser un Torrente por el aire transido de su mirada y la forma de cebolla transgénica de su cabeza, propia de todos los retoños del segundo matrimonio de don Gonzalo Torrente. El buen chico recibía aquel cálido y fervoroso consuelo para su insondable misterio de  ausencia  que tanto en ese momento parecía  transitarle y mantenerle con la mirada ausente y muy  ida, ya digo, como si fuera una suerte de novato extraviado en su primera visita a este drástico e inexplicable aeropuerto que, a veces, con tan punzado dolor e insolencia,  es sólo esta vida.  Yo caminaba muy ligero, como tengo por costumbre siempre,  y el ingenuo y aturdido chico debió de creer que  yo estaba tan ausente o más que él de lo que en aquel momento sucedía  en ese  entorno de  uniformadas y absurdas prisas de capital de provincias. Pobre chico, que creía sentir en aquellos momentos que a los demás les sucedía como a él le sucedía,  que los demás tampoco formábamos apenas parte   de este mundo, o al menos de su sentido. Pero al instante,  no bien me vio vagar muy presto en medio de sus brumosas aprensiones pareció despertarse de alguna  abrumadora miopía existencial  que le resultase ya demasiado lastrosa, de alguna  angustia ya demasiado  dulce e insoportable que no daba en separarse de una vez de todo aquel gozo tan terrible de su desencanto.  Aquel chico al tenerme delante de sus ojos parecía que hubiese sufrido una súbita percepción  que le golpease muy nítido y muy dentro  de aquel  misterio de vacío y ausencia que le apresaba y de pronto parecía que se hubisiese puesto a barruntar  muy veloz y abismalmente sobre mí y la posible explicación de mi repentina presencia, que por allí pasaba muy rápido, como por demasiada casualidad como para que él se permitirse no reparar en ella. No sé si fueron mis gafas oscurecidas, mi forma de respirar,  como huidiza y proscrita y nada provinciana, que tal me delataría como hombre, o incluso como periodista, de sólo visita en la ciudad,  o  era ese otro aire de escepticismo sobre todo lo real  que procuro respirar siempre, tan ávido y  en secreto,  para pasar desapercibido y burlar todas esas cotidianas emboscadas de los impostores jerarcas de la realidad, que aun  acontecen muchísimo más en provincias... No sé qué fue pero aquel chico pareció creer de pronto mucho menos en la ausencia del misterio de  la vida y de su mismo padre y no despegó ya su mirada de mí en ningún instante,  como si yo pudiera ponerle en el secreto de cuanto le había sucedido. O tal vez como si fuera él mismo quien necesitara con urgencia explicarme  por qué a mí me poseía toda aquella agitada sensación  de saga y fuga de la vida y el sentimiento tan salvaje y atroz  de  mi  inexistencia.

Los tiempos están a-changin una barbaridad

Como todos ustedes saben durante las dos últimas décadas del siglo pasado fui muy aficionado a las infusiones de viruta de abedul, que a menudo gustaba en acompañar por el turbulento  espolvoreo de una pequeña nube de serrín de roble del Cantábrico. Las tertulias que solía tener al anochecer en la cafetería El Sosiego de la capital de Felices Aires con mi entonces muy querido amigo y excelso muerto de hambre, el periodista sin oficio ni beneficio,  her Knut Hamsun, habían pasado a convertirse en un célebre acontecimiento social del que se hacía eco todas las semanas  las páginas de sociedad  de los periódicos más importantes del mundo. En mi caso esta práctica de degustador de infusiones de madera era de naturaleza absolutamente snob, por su puesto. No así el el caso de mi amigo Knut, del que debo recordar aquí ahora en honor de su solvencia literaria y personal y de su buen nombre, que siempre llevó con mucha dignidad el acoso a que le sometía la Prensa a diario. "¿Cuando por fin le va a aceptar algún medio periodístico algún artículo suyo, Sr. Hamsun, por favor, tiene alguna noticia que darnos al respecto?" , era una de las preguntas más recurrentes de aquellos periodistas becarios, casi todos ya nonagenarios,  que todas las tardes se allegaban hambrientos de noticias,  desde sus barracones a la otra orilla del río,  para seguir de cerca los acontecimientos más lacerantes y críticos de la aun inexistente carrera periodística y literaria de mi buen amigo Hamsun. Una carrera  cuya proyección de anonimato y marginación estaba tomando unas cotas de fama y celebridad en verdad inauditas en este hermoso oficio de los símbolos de puntuación y las letras. "Por favor, Sr. Hamsun, ¿ha consegudio ya para esta noche algún trozo de madera para llevarse a la boca?" " ¿Es verdad que le ha presentado una querella criminal contra el Patrimonio de la Humanidad el Ministerio de Literatura y de las Artes por haberse llevado en las últimas semanas en lonchas casi medio peldaño de su escalera interior de caoba? ¿Tiene dinero para pagar las posibles sanciones? ¿Cree que tendrá ya trabajo cuando le toque pagar las costas del juicio? ¿Son ciertas esas informaciones sobre una criada del servicio de la familia Von Nabokan que afirma que le ha acosado usted para que le cediera sus compresas usadas para los consomés que prepara en alguans fogatas de los obreros del astillero? ¿Son ciertos los rumores que..." "Por favor, señores, un poco de comprensión con nuesro invitado", solía terciar algún camarero, o a veces el mismo chef del restaurante- cafetería  cuando el tumulto  de corresponsales y curiosos aficionados hacía casi intransitable la entrada y salida de los clientes de El Sosiego o cuando veían en el gesto enloquecido del rostro macilento y cadavérico de Knut uno de sus inminentes ataques de sus horrísona y grimosísima histeria. "¿Se encuentra bien, señor Hamsun? ¿Quiere un poco más de virutas? ¿Que tal si le echamos un par de colillas a su infusión de cortezas de pino? Ya verá como los resquicios de nicotina de las boquillas le sentarán de maravilla y le azuzarán el ingenio. Será casi como tomarse un exquisito café importado de Colombia. Ande anímese, hombre, ya verá qué bueno y qué bien le sienta. Qué se apuesta a que luego va a poder escribir cosas que serán rechazadas por todos los directores de periódico  de la ciudad con más énfasis y vehemencia que nunca. Su leyenda de periodista y escritor inédito ha transpasado todas las fronteras del mundo, don knunt, que hasta ya le conocen no pocas tribus y etnias de raza negra a través de las misiones salesianas y mercedarias en África... Nunca le agradeceré lo suficiente el honor que es para mí su regular presencia en mi negocio. Fíjese que le digo, don Knut,  que no me extrañaría nada que esta ciudad que le vio a usted nacer y comerse más madera que una plaga bíblica de termitas acabará por perdonarle todos los daños causados, tanto a su imagen europea y universal por su siniestra apareincia demacrada de indigente, como por los desperfectos a que ha sometido usted también a  su patrimonio en general y al maderero en particular. Incluso a lo mejor le levantan una estatua.  Ya me encargaré si es el caso de hacer yo mis gestiones para que se utilice como material ese ébano de tan buen recuerdo para usted y que ha hecho, aquí mismo en mi café más de una tarde de fiesta, sus delicias." 

Fin de la primera parte del primer capítulo del primer libro sobre Las Memorias del café El Sosiego, de Ernesto de Ja Janover Roll Over Katoven.

Dame, dame, dame

Dame, dame, dame,

arrójame si puedes

fuerte, muy fuerte,

sin miedo a herirme,

sin miedo a desollarme,

sin miedo a desearme.

Arrójame si puedes

fuera, muy fuera,

furiosa, muy furiosa, 

(¡por favor, hazlo pronto y constante!)

de esta nube de placer que sin ti

ya se me hace insoportable,

invivible, inhabitable,

desde que me habita,

no bien amaneció

este sábado tan perverso,

y que se agolpó bajo las simas

más embriagadas e ingobernables 

de esta arrepentida piel mía

demasiado blanca y culpable aun.

Aférrate con todo tu odio salvaje y limpio

a la ardiente y placentera empuñadura

de tu látigo de reproches enterrados

tal vez también  con demasiada vida aun.

Esta noche se exhalará en cánticos de expiación

todo mi cuerpo que crujirá por ti

bajo su propio espanto,  tan dulce...

y las amables ataduras

y los honorables cilicios de tu rencor.

Dame, dame, dame

dame fuerte, muy fuerte,

(¡dame pronto y constante, por favor!)

con tus fustas de pinchos de trapo

y  el flagelo de tu locura

reencarnada en uñas y dientes para la ocasión.

Dame, dame, dame

para mi solo esta noche

todos tus más malvados odios 

de sangre, seda y satén.

Envuelve tu ira con la brisa

que ya se empieza a sentir

de esos mares de falso olvido

y borrascas de celos aun

sin moratones y sangre

que tú ya creíste demasiado quedos 

y callados y mansos

por siempre en la dulce y tonta resignación.

Déjate llevar por tu doliente ansia

de justicia que empieza a llamar

con sus pálpitos de reyerta antigua

en las puertas más escondidas

y los fosos más profundos

del más  leal y fiero de tus deseos.

Si la ciudad supiera

Si la ciudad supiera lo que los hombres como yo le podrían decir... Si supiera qué escalofrío de extrañeza y misteriosa admiración sin sentido recorre mi corazón cuando la contemplo...  Cuando contemplo como despiertan en sus ávidas insignificancias todas esas desmochadas y caprichosas muchedumbres urbanas lejos, tan lejos de mi ordenada y pausada furia y trajín.  Lejos, tan lejos en su enloquecido  tráfico de egoismos y soledades, que siempre atisbo, prisionero entre las almenas de mi labor,  tan a vista de pájaro muy por debajo de mí.  Nadie parece saber que yo exista. Nadie se acuerda ni parece tener menor curiosidad por saber de mí. Y cuando martilleo muy fuerte con mi pico o rujen los hierros y las piedras entre el viento bajo mi afaenado fragor si acaso lanzan algunos viandantes algunas miradas quejosas y aturdidas hacia algún lugar caprichoso e inverosímil del   cielo de Madrid. Entonces algunos de esos afanosos seres, de pronto parece que se sientieran muy molestos y feroces, como si se  vanagloriarsen y jactasen de la abismal  condición de su diminuta pequeñez. Alzan por unos instantes hacia la invisibilidad del infinito sus desafiantes miradas,  como si implorasen a un Ser desconocido, al que jamás esperaran ni creen, que les vengue con un letal rayo que fulmine a ese horrísono demonio que les atormenta con la infernal saña de su impertérrida laboriosidad y les araña las telarañas de oro de su rozagante sueño  burgués.   Un sueño que jamás se me ofrece dispuesto por sí mismo a acercarme siquiera algunos de sus desperezamientos más leves o de sus más torpes e inconscientes y sonámbulos pasos. Y es en verdad el sueño de la ciudad  de  tan insoportable hechizo que podría abismarme por el precipicio de los  más encumbrados andamios si me parase a contemplar más de lo debido ese hipnótico movimiento pendular. A veces, en un extremo de sus ensoñaciones,  se  muestran los peatones tan relajadoss y enternecidos y en el otro  tan disparatados y sin sentido en su pasear interminagle hacia ningún lugar,  como pueden presentarse con muy solícito bamboleo cruzando el umbral de sus lugares de ocio y posadas de placer. Entonces, cuando una vez más vuelvo a cerciorarme de que sólo es mi laboriosa y tensa estela de ruído la que permite brindarme mi lugar en toda esta escurridiza  y desentendida calma chicha de mi civilización, vuelvo a descargar toda mi disciplinada rabia en cortar, ensamblar, golpear...   Vuelvo a amenazar  a toda la ciudad con el recuerdo de la puesta en marcha de un futuro más amplio, más alto y mejor desde cualquiera de sus cúspides de viento, piedra y metal, coaccionándola  con los ecos de mi irredento y fragoroso   trabajo,   apuntando, sin mayores contemplaciones, directo  a su futuro con mis armas de masiva construcción.

 

Autor: Ernesto de Ja Ja Janover, después de 5 cervezas de 50 cl y 4 chupetones de ron y de mear 3  veces sobre los cimientos moriscos de la catedral de La Almudena. (Para ustedes simplemente Lonely Flipidor.)

De lo que callan los tímidos

Hoy en Los Abismos es el día de los tímidos. Mañana también si usted lo desea. Puede dejar aquí el testimonio de su silencio. No hable de nada por favor. Ni escriba su nombre o nick. Como mucho puede dejar uno o dos símbolos ortográficos, pero de forma clara y directa, por favor, que no dé lugar a segundas interpretaciones o conjeturas que puedan calentarnos demasiado la cabeza a los lectores.

Muchas gracias. Le devolveré con creces su silencio.

Cerrado por trabajo

Y por ojeras y resaca.

Y por anonimismo, trollismo, lolismo, tanguismo y que no entiendo ni patata.

Dejaré el blog por una semanilla negociable y prorrogable.

Muchas gracias.

Espero que a tod@s les siente tan bien como a mí el cambio de aires.

Volveré a los Abismos. Cuestión de una semana, ya digo, supongo.

Lonely Flipidor

Hoy es sábado

Una de las pocas mujeres, aparte de mi madre,  que me conocen por todas la cercanías y horizontes que pueda abarcar la Rosa de los Vientos,  acaba de poneme en mi sitio de nuevo. Esta vez cuando salía con un conteneo un tanto extraño por la puerta del jardín. A mí me parecía que sus zapatos sin calcetines y con el tobillo y el empeine desnudos al aire le hacían un efecto un poco extraño. Y también me pareció bastante extraño el vaivén que desde sus tacones parecía que le imanase y le recorriese todo el cuerpo a cada paso que daba, por corto o insignificante que fuese. A mí , con toda sinceridad, por lo demás,  me pareció que le bailaba además  un poco en el pie dentro del zapato.  "Esos zapatos parecen muy peligrosos...  Y sin calcetines hacen como un poco  raro", le dije cuando ya estaba a dos pasos de la puerta y ya a unos cinco metros de mí.  Ella giró su rostro y su melena para hacer como que me miraba y  con un mohín entre risueño y demasiado escéptico y resabiado para mi gusto, como una Lauren Bacall de fin de semana  que se dispone en la urbanización a desfalcar medio hipermercado, me soltó:  "Más peligrosos que tú, imposible..."  Y cuando acababa de desaparecer  por la puerta se asomó de pronto: "Y de lo raro mejor que no hablemos, que como me dé la risa ya no paro en todo el camino y se me puede ir todo el rímel al carajo."  Eso, encima mal hablada, musité para mis abismos.

Una de las actitudes  más insoportables y crueles que tienen para mí las mujeres es que nunca me dejan hablar u opinar de sus zapatos. "Tú no entiendes", suelen decirme. "Pero si es que con esa falda te hace..." "Cállate, tonto. Que sabrás tú...  No tienes ni idea. Con esta falda están de cine. Estos zapatos son monísimos. Todo el mundo me lo ha dicho en el trabajo. Y además han costado una pasta."

Yo, por supuesto, soy muy partidario de la igualdad entre el hombre y la mujer a todos los efectos legales, laborales, promocionales, liberales...  Pero sin que me dejen opinar sobre sus zapatos me da mucha rabia, la verdad, qué quieren que le diga. Yo quiero que seamos iguales para todo. Y que me dejen opinar de sus zapatos sólo para sonreirse en silencio, o,  incluso, para  echarse algunas carcajadas, que siempre simulan ser como muy contenidas, cuando la verdad es que no pueden ser más rabaneras y exhibicionistas,  no me vale, no me parece de recibo, no soporto qeu se rían de mis palabras cuando hablo muy serio y preocupado de sus zapatos.  Casi prefiero la censura y la represión descriminatoria por razón de género y por las bravas y porque les da la gana y sanseacabó. A veces pienso que toda mujer profesa una especie de  fascismo sexual muy encubierto. Al menos conmigo. Yo creo que es porque les jode mucho la aureola o rol de amo que transmito, o que según ellas yo transmito o pretendo. Pero yo creo que ellas me imponen ese rol para disfrutar mucho más con sus jueguecitos en los que siempre acaban, o intentan acabar, esclavizándome por completo o pretendiendo hacer de una cabra loca como yo su siervo infalible.  Las pierde la soberbia, yo se lo tengo muy dicho. Pero hay que reconocer que a veces a las cabronas les funciona... Pocas veces, pero como les gusta tanto el juego no les importa mucho no sacar siempre premio. Además cuando no les sale premio también les gusta. Y a veces más eu el premio. En fin, un lío.

Y de los malos tratos...  Por razón de sexo, iba a decir, cuando es por algo más salvaje, caprichoso y   sin excusa posible: por razón de imponerme de forma muy rápida y clara sus dominios...  creo que sería también mejor que me callase y dejase de hablar de ello ahora que estoy a tiempo . Pero siento ya como mi rebeldía y liberación me consumen y arden, como yesca ya muy vieja y reseca,  por dentro. Cuando una mujer ya me conoce lo bastante  sabe que mi tensión y mi falta de amoldamiento o acoplamiento a las circunstancias (ellas ya se encargan ya de proporcionarme por anticipado estas circunstancias) es una fuente inagotable de satisfaciones. El placer qeu ha encontrado alguna mujer en ponerme rojo de ira ha hecho de mí un escéptico,  en potencia y en la práctica,  de la condición humana en general y de las mujeres, las  ONGs, las asociaciones ciudadanas y partidos políticos, por ejemplo, en concreto. Alguna me llegó a decir que sólo lo hacía para ver si lograba explicarle mejor el maquillaje que quería a su esteticien o en la peluquería. Saben que por razones de profesión y de naturaleza propiamente tengo a menudo la cabeza muy absorbida con un caso y el nervio como a punto de soltarse, de volverse, de irse  o zarandearse. Y todo esto da mucho juego. O lo daba. Porque de tanto sentirme un león maltratado en sus jaulas y de sentirme acorralado comprendí que había llegado ya el momento o la fase de pasar a las amenazas. Y ellas saben que cuando yo amenazo estoy pensando mucho más por el bien de mi amenazado que por mí mismo. Aunque por mí también lo hago un huevo, claro. Total, que me es igual qeu estemos en el piso del centro de Madrid o en el castillo al lado de algunas urbanizaciones y el bosque.  "Ya está, ya ha habido bastante... Ahora te juro que como me sigas diciendo disparates y acusándome de todo salgo a la calle a gritar que no te aguanto y si algien se me queda mirando más de la cuenta me lío a hostias. Y si es del Barça ya ni le suelto..." Alguna vez no supieron contenerse y se dejaron llevar por el placer que les causaba ver en mi estado de fuera de mí su matraca. "Que pares, que pares... ", pero no sirvió de nada. Cuando ya hay  varios grupos de gente parados en la calle concentrados, con demasiado interés para mi gusto,  en mis gritos, mis ademanes violentos y mi furia, al final arrepentida lo normal es qeu mi amante acabe por tirarme por el balcón mi placa para que yo se la ponga delante de las narices a todo el mundo y se vaya en un pispás, más pronto que tarde, a sus casas o donde gusten. Luego todo es un remanso, claro. Y hasta suele bajar mi amante a la calle para ayudarme a tomar el ascensor y me apoye con mi brazo en sus hombros. Suele poner cara mohína y como de muy arrepentida, pero los dos sabemos que está muy animada y el vicio la recorre y consume por dentro, a veces con tanta fuerza que yo también me tambaleo. "Me parece que no tenemos muy buena fama con los vecinos", me dice de pronto con candor de santa.  "No será, chati,  porque tú no pongas todo de tu parte para que así no sea",  le respondo. "No seas hipócrita, eres tú...  que te pones como un basilisco." "Mira, monina, no empieces, que aun tengo fuerzas para salir a gritar y dar golpes un buen rato..." "¿Sí, darling? ¿Todavía te sientes así de a tope?" "Para un par de números más, ya te digo..."     

Claro que mi furores y arrebatos también son muy útiles cuando los paso por la Turmix de mi trabajo.  "¿Sabes?",  me dijo un día, " ¿Te acuerdas de aquel subnormal,  que me insultaba y amenazaba y que  me llevaba amargando todo el curso con el apoyo de su padre? Pues su padre ahora está en el hospital y su hijo, aprovechando el asunto, ha sido  expulsado del instituto por el cagado del director por un mes y está estudiando un equipo piscológico su caso, para ver que centro podrá ser  para él el más apropiado." "No me digas, monina, qué guay, ¿no? Justo ahora cuando parecía que todo el mundo te quería endosar a ti la papeleta..."  "Pues sí, la verdad... Vamos no quise decírtelo pero ya lo tenía todo preparado para pedir la baja... Por nada del mundo quería pedirla, pero ya no había otro remedio..."  "Vaya, vaya, y ¿ qué le pasó al buen julai de su padre para haberse puesto tan malo de pronto?" "Pues no estoy segura. Nadie lo sabe muy bien...  Pero dicen que se metió en algún jaleo con una gente o algo." "De eso no te quepa la menor duda, monina.  Así es esta gente... Y encima los tontos en algunas ocasiones  no tienen ni puñetera idea  de la clase de jaleo en la que se han metido..."   

En fin, hoy es sábado. Y aunque haya alguna mujer que se empeñe en seguir discriminándome  y desprecie y se burle de todos mis comentarios y observaciones sobre sus zapatos, de paso que tienen el cinismo de considerarme, y decirme,  que soy un  tipo muy peligroso porque... ellas sabrán por qué... y además tampoco tenga hoy agua caliente para la ducha y me ronden y rodeen los escepticismos y las responsabilidades con los trabajadores a mi lado... El caso es que, decía,  a pesar de todo esto y mucho más  me siento razonable y sentimentalmente feliz y seguro.