Blogia
unhogarenlosabismos

Amores lagartos

¡Ah, aquella serie de los lagartos extraterrestres...!  En muchas ocasiones me pillaba su transmisión en ciertos garitos a la otra orilla del río, en el lado más difamado, inexplorado y laberíntico de esta milenaria y monumental ciudad. Garitos que parecían flotar en perennes nubes azules de humo de tabaco y estar transidos de sensual melancolía,  tal vez a causa de  los vahos centenarios que despedían , como si fuera un aliento de eterna embriaguez adormecida,  sus enormes y cercanas bodegas de cerveza y de ron. Por no hablar, por supuesto,  de las fragancias de bourbon y del sexo más selvático y fortuito, casi marítimo, que yo haya conocido jamás. Quizás demasiado marítimo y selvático  para mí, pero en fin... No precipitemos los eventos y el desenlace del relato  nada más empezar.

Aquellos antros tenían fama además de preparar las mejores sopas de whisky caseras de todo el continente, incluida la sorprendente Albión,  y de destilar el más soberbio y flamígero sexo de toda la ciudad. Y una vez que ponías tu primer pie sobre el suelo de algún local de aquellos pasabas de forma inmediata a formar parte muy importante e indispensable del lugar también, como si fueras una pieza necesaria más para que toda aquella turbadora destilería de lujuria exquisita   y de deslumbradores pensamientos oscuros no se resintiese en su mecanismo y no dejase nunca de girar.  Todo allí, en fin, rezumaba una atmósfera tan out sider, tan fuera del sistema, el orden, y las leyes del mercado y la demanda del contribuyente cumplidor y responsable, como pudiera rezumar todo esto antes dicho yo mismo, al menos  en mis más apuradas y brutales turbulencias de desasosiego metafísico y existencial.  Turbulencias que siempre aparentarán  ser más sugerentes y profundas si las titulamos así, como metafísicas y existenciales,  siempre que nos referimos  al  caos en que subyace, o directamente desaparece,  nuestro pobre y amedrentado espíritu,  cuando se cierne sobre él las inexpugnables fiebres del sábado noche con su rutinario tsunami hormonal. En definitiva y para resumir, hablo de sexo pirata, sexo aleatorio, sexo a la ruleta del rojo y el negro, sexo casi caníbal, sexo para las élites más vanguardistas y la créme de la créme más condenada y marginal de mi ciudad.  Sï, yo en aquellos palacios incendiados de depredación humana y sexual tenía también todos los sábados mi correspondiente y reservado lugar.    

La enorme pantalla de televisión constituía siempre una magnífica coartada para hacer como que me interesaba mucho mirar como se despellejaba su última pátina de supuesta piel humana alguno de aquellos lagartos extraterrestres, quien de pronto se había cansado de tanto paripé en el que se hacía  pasar por humano,  y reivindicaba ya sin menor disimulo y a las claras,  incluso con desafiante desfachatez y orgulloso furor,  su naturaleza extraterrestre y reptil.

Gracias a la magnífica representación de mi papel de televidente enfrascado en lo que sucedía en la pantalla de televisión conseguía darle cierto pretexto natural a mi exhibicionista soledad en el lugar. Y cada vez que asomaba un trozo de pellejo de reptil bajo la piel de un personaje que hasta ese momento todos creíamos que se trataba de un terrícola muy patriota y planetario a carta cabal y ejemplar, aprovechaba para reirme con toda la ostentosa y feroz obscenidad de la que era capaz,  poniendo en marcha toda mi estudiada y ensayada mecánica de coquetería y seducción, pero sobre todo concentrándome en exhibir  mi poderosa y reluciente dentadura en todo su depredador esplendor. Mi boca,  ya desnuda de todo rastro de arrobo y timidez,  se abría  entonces como  un fruto rojísimo y salvaje, protegido,  como si fueran una especie de bellísimas espinas de marfil,  por una hilera muy blanca de incisivos y caninos muy moldeados y regulares, que eran objeto de miradas muy intensas y sensitivas por parte de las mujeres que habían oído mi salvaje  risa a mi alrededor.  Los hombres, por contra,  muy epatados por el impacto de la visión,  no sabían después muy bien donde posar sus ojos, si no es que caían en un medroso y muy acomplejado ensimismamiento circunstancial.

Pero a medida que los extraterrestres lagartos empezaban a pavonearse con mayor descaro y despreocupación, dejando al descubierto sus rugosas y verdes pieles de reptil,  como si se aprovecharan  de su  parapeto inabordable en la  pantalla de televisión para ponerse a salvo, el ambiente en el mega bar se iba caldeando cada vez más,  y parecía que todos los presentes nos sublevásemos en una especie de arrebato de rijosa y enaltecida marcialidad, en una especie de orgullo de especie y denominación de origen galáctica y planetaria. Parecía que hubiese que poner a salvo a todos los ejemplares humanos del sexo contrario que en ese momento estuviésemos reunidos  en el local. Había que poner en marcha muy rápido nuestra improvisada celada   de solidaridad terrícola y sensual a la que yo estaba invitado como un participante más.  De hecho, mi oferta personal de desgarro emocional y psicisomático, que lucía como si fuera un blanquísimo cartel de venta o alquiler entre mis abiertos y sonrientes labios, no solía tener competencia  a esa hora, como entre dudosa y muy proscrita de la anochecida del sábado.  Al menos no la tenía en todo aquel distrito,  tan calumniado y maldito,  situado en la misma  ribera del turbulento río,  que atravesaba sigiloso el extremo más oscuro de la ciudad. Y era uno de mis mayores placeres entonces aspirar con parsimoniosa y oculta delectación los aromas de temblor hormonal y sanguíneo de toda hembra que se preciase de serlo, cuando caía atrapada  su febril mirada por unos eternos momentos en el cepo incendiado y abismal de mi sonrisa, coronada siempre por el misterio glacial de mi impenetrable mirada gris.

Mientras, por supuesto, permanecía al tanto de si, por fin, alguna macizorra de turno se daba por enterada de que lo más interesante del local le tenía echada la mano al cuello de mi botella de birra de importación. Una botella de cerveza que agonizaba en realidad ya en mi mano, sin burbujas ni asomo del menor pálpito de vida, como un caldo absurdo y extemporáneo, como un biberón etílico de un monstruoso y libidinoso bebé sin cita ni compromiso alguno y que no supiese nada sobre todo lo que sucedía  delante de sus narices allí.

Pero había que aparentar rutina, naturalidad. Yo tenía que saber estar a la altura y demostrar que era un cliente más que estaba adaptado a la perfección a aquel festivo y excitante ritual de todos los anocheceres del sábado en aquel  lado más brumoso y oscuro de mi ciudad.

Poco a poco las mujeres de caderas más voluptuosas, labios más dulces y carnosos  y pechos más amables y gentiles iban desapareciendo tras las cortinas de los reservados más cucos y lujosos del local. Caminaban sobre sus mayestáticos zapatos de aguja muy concentradas y seguras, como si atravesaran  algún  precipicio que les resultase muy conocido,  pero del que,  sin embargo,  no se fiasen demasiado, como si detrás de cada paso les pudiera acechar una muy dolorosa y familiar traición. Eran mujeres abismadas en los humedales ondeantes de su ingobernable pasión y,  por lo común, muy bien  cimbreadas por su talle por el musculoso brazo de algún muchachote empalmado y cimarrón, que seguramente habitaba en ese lado emboscado, oculto  y huidizo de la ciudad.  

El cotarro empezaba entonces a animarse,  y  una especie de misteriosa vaharada de salvaje y libidinosa esperanza parecía haber empapado,  hasta los mismos huesos,  las ardorosas carnes en celo de todos los clientes del local. Y todo el mundo,  muy embriagado ya por aquella intuida y preclara sensación de buena suerte inminente que se  avecinaba,  parecía haberse puesto a competir en un concurso de  elegancia y discreción, porque era indispensable saber guardar un tenso equilibrio de muy excitante y contagiosa hipocresía,  para allegarse con mayor empuje y éxito  a la siguiente oleada de lujuriosa emancipación.      

Entonces no debía pasar demasiado tiempo para que Rosaura se pusiera en marcha para salvarme de aquella situación,  que siempre podría resultar demasiado azarosa e imprevisible para mí.  Unas veces era ella misma quien creía que había llegado el momento.  En otras ocasiones era yo mismo quien le hacía desde la barra del mega bar alguna señal muy discreta y convenida con mi mano,  rascándome, por ejemplo,  mi cabeza con cierta desesperación y avidez.  Rosaura,  mi dulce y fiel Rosaura, mi enfermera eslava y amantísima compañera, siempre tan atenta al menor de mis gestos y ademanes, no tardaba entonces, desde el extremo más lejano del local,  en acercárseme sin apartar ni un instante su fogosa mirada de  mí.  Ya a mi lado,  se colocaba sin mayores demoras a mi espalda, y como si fuera el gélido almirante del más soberbio y poderoso barco rompehielos, abría un surco en medio de aquella lasciva aglomeración de carne encelada,  conduciendo mi silla de ruedas hacia la salida del local con  vertiginoso aplomo y resolución.  Rosaura siempre permanecía incólume a las miradas de curiosidad o estupefacción que pudiera suscitar a su alrededor.  Con su mentón  en todo momento distante y altivo y su temple enaltecido y acerado de zarina de la noche, parece que en todo momento  quienes se le ponen por delante  deban darle sobre sus molestas presencias algún tipo de explicación.  Mi amantísima Rosaura no pierde ni por un instante entonces su maestría matemática de mariscal de campo,  que marca el rumbo fijo a mi descarnada y aterida excitación, el rumbo fijo e inexpugnable de mi infinita y feroz ansia de pecado intergaláctico y cuerpo de humana mujer. Entonces yo  ya no puedo  apenas soportar ni un instante más de demora para dejarme desbocar muy abrazado a ella por los acantilados de sus pechos enfebrecidos y mi desesperación carnal. Y siempre parece que,  en esos momentos de nuestra despedida del local,  hubiese una miríada de caballeros que hubieran  puesto en almoneda sus almas, y hasta sus cuerpos,  para intentar cambiarlos por el aparente despojo del mío, por ocupar mi privilegiado lugar de ser archi mimado y protegido a muerte por aquella despampanante mujer, por mi fiel y amantísima  Rosaura. Porque Rosaura,  todo hay que decirlo, aunque no debiera hacer mucha falta ya,  está como un bombón vienés, o sea, con mucha sorpresa de licores y  jugos silvestres arremolinados muy al fondo de su inabarcable y escurridizo sabor.  Todo esto es verdad, lo de su inabarcable y escurridizo sabor a bombón vienés, digo,  que son ya innúmeras e inolvidables experiencias,  al respecto del sabor de Rosaura,  de las que podría dar fe,  pero ¿qué sabrían aquellos tipos sobre cuál podría ser mi verdadera suerte y situación  en esta vida,  en realidad...?  ¿Acaso tendrían ellos la cuarta parte de la imaginación requerida para saber estar bajo mi piel?  ¿Acaso siquiera sabían ellos cuál era mi  verdadera piel?  ¿Lo sabes tú acaso, lector?

Ya en la calle,  nos dirigíamos con paso muy precipitado acera adelante,  presos de un frenesí de deseo que,  de continuo, suele estar muy salpimentado de trompicones y sobresaltos que incendian aun más nuestra terrible e insufrible ansiedad.  Luego entramos en el primer portal envejecido y medio abandonado cuya puerta podemos franquear sin mayor peligro o indiscreción,  y,  ya dentro,  Rosaura  se sienta frente a mí sobre mis pantalones medio desvencijados y abiertos por la entrepierna, que parece una atroz y mortal herida de  abrupto deseo y horrenda soledad.  Una herida descarnada que empieza poco a poco a hacer muy sentida y enternecida amistad, desde su oscuro e insondable fondo, con la balsámica y dulce vulva de su amor, de mi amor, de mi Rosaura amantísima. Y Rosaura prosigue, con sus casi imperceptibles balanceos sobre mis pantalones,  vilmente acartonados y casi vacíos,  de engandro hombre lagarto. Un hombre lagarto que empieza a sentir,  de forma muy paulatina,  como toda su sensualidad imposible,  o sea, la mía,  de criatura de dos mundos separados por una distancia casi infinita en el firmamento,  empieza a ser atravesada por un candencioso e inexplicable ondeo, como de  pluma de ángel caído,  de ángel amoroso,   de ángel secreto y terriblemente humano,  de dulce ángel  guardián de mi placer más indómito y sobrenatural.

Sí, lo he escrito bien, y hay que entenderlo tal como suena y se puede leer, sí, yo soy un extraño e inédito engendro de hombre lagarto, un híbrido de ser humano y extraterrestre reptil,  que fue despreciado el mismo día de su nacimiento por todos los ejemplares de su media genealogía de sangre fría y escamosa y que habita en un lejanísimo lugar,  casi en el otro confín del Universo. Sí, soy un híbrido intergaláctico que fue abandonado en la Tierra por sus primos hermanos de especie extraterreste y reptil,  en el momento de regresar a sus ignaros mundos que se encuentran al otro lado de la bóveda celeste.  Y no me cabe ninguna duda de que hubiese sido abandonado por mis medio congéneres humanos también en aquellos misteriosos mundos reptiles de insondables lejanías, a los que pertenece la mitad de mi ser,  si hubiesen sido los humanos quienes después de visitarlos, partiesen,  de vuelta de aquellas ignaras galaxias,  a éste su terrícola hogar. A no ser, supongo,  que figurase entre la tripulación de la nave algún doctor chiflado,  ansioso de un nuevo conejillo de indias con el que experimentatar las monstruosidades que su razón científica soñó. O algún sacerdote a la antigua, tal vez, de aquellos que dicen que todas las criaturas con vida son de Dios, aunque todas el Demonio se las pretenda arrebatar. Pero los hechos fueron que una vez aquí, en el planeta Tierra, y abandonado por mi familia reptil en la calle,  a las puertas de un convento de clausura teresiano,  como si yo fuera un bebé humano no deseado más,  la suerte estaba ya echa para mí: no hay hijo, por extraño, incomprensible o inconcebible que nos resulte,  que no sea querido a los ojos de Dios,  y, por tanto, que no sea también querido a los ojos de sus fieles siervas del Corazón de Jesús. No cabe duda de que mis parientes lagartos sabían lo que se hacían. No sé cuánto tiempo habrían permanecido en la Tierra, pero,  por lo que respecta al arreglo que encontraron conmigo,  parece que no andaban muy mal de documentación.  Seguro que eran demasiado inteligentes para este mundo y encontraron en un periquete la solución, dejándome así a salvo, y sin complicarse lo más mínimo la vida. Al pensar en el convento teresiano de clausura como mi lugar de adopción me salvaron, por ejemplo,  de ser carne de revista de ciencia y de  laboratorio de experimentación. Por no hablar de la televisión basura y la prensa canalla y del chismorreo, o los telediarios de Antena 3,  que pondrían a millones de famosillas y busconas en órbita para conseguir conmigo a toda costa algún lío o affair, y que pretenderían luego vender como unos amores intergalácticos e indestructibles de proyección eterna y universal,  que al día de hoy sólo son capaces o están interesadas en  vivir en secreto con su perro de aguas, su senegalés de saldo o su favorito consolador de titanio, sólo es un suponer. Y tampoco podrían los humanos hacer ninguna de estas barbaridades mencionadas, decía,  porque, entre otras cosas, no son lo suficientemente intuitivos e inteligentes como para impedir que les haya tenido toda mi vida engañados.  Y por lo que se refiere a mis matronas y patrocinadoras circunstanciales, las madres teresianas de clausura, como sólo cabía esperar,  sólo vieron en mi estrafalaria singularidad orgánica el típico fruto mortal e inocente del humano pecado, un fruto, el del humano pecado, nunca  demasiado absurdo o surrealista para quien está muy bien pertrechado de la verdadera Fe. Vamos, que mi caso era para mis monjas adoptantes de manual, no les ofreciía mayor misterio o complicación, y, como tal,  como fruto inocente del humano pecado que las madres me sabían, había que librarme a toda costa de todo peso de ajena inmoralidad,  o  carga de culpa,  de los que yo era inocente de toda solemnidad. 

De otro lado, también hay unas leyes que cumplir y un respeto mínimo a la dignidad de la persona que es de preceptivo cumplimiento en un Estado de Derecho, aunque de persona, ya digo, apenas se llegue en mi caso, en su sentido más literal y objetivo, ni  al cuarto y mitad. Y por si necesitase más ayuda para sobrevivir en este planeta medio extraño para mí, lo cierto es que a medida que  crecía y me desarrollaba como un niño más,  hasta pasaba por  resultón al lado de muchos discapacitados humanos. No  olvidemos que yo era un híbrido de ser humano y extraterrestre reptil de lo más sano y normal. Vamos, que en mi adolescencia y juventud  tampoco era muy extraño que casi necesitase hacer uso del agua hirviendo para apartarme a mis admiradoras de alrededor.  Admiradoras que confesaban,  sin ningún tapujo, encontrarme un no sé qué muy especial. Y es que hasta al lado de muchos humanos  normales no dejaba uno de tener también su sex appeal, su cosa y su aquél. Incluso para las mujeres más experimentadas y maduras, había algo en su gran bagaje vital que  les avisaba de que anidaba un misterio muy singular dentro de mí,  y que siempre les ha  resultado muy interesante de descifrar. Y en lo que a mi seguridad y discreción se refiere,  una vez criado de niño por mis matronas teresianas,  fue muy fácil para mí camuflarme entre los humanos como un humano más, ayudándome siempre de este séptimo sentido que los hombres muy lagartos solemos tener y nunca nos suele fallar. Y ni los mismísimos animales se han dado  cuenta jamás de que laten en mí dos dimensiones de especies diametralmente excluyentes la una de la otra, don universos, en teoría, inencontrables... Dos universos inencontrables...  pero atrapados, muy atrapados,  en un solo destino dentro de mí.  Un destino, que, por lo demás, confieso que ni como humano, ni como lagarto, nunca he logrado atisbar con un mínimo de claridad por ninguna parte.

Sí, soy un híbrido interplanetario de ser humano y reptil, quien ha tenido que camuflarse o disfrazarse de una especie de parapléjico poliemelítico,  aunque con mucha marcha e indudable sex appeal, ya digo, para poder pasar mejor desapercibido en esta hostil sociedad humana, que mira con tanta extrañeza y desdén, en muchas ocasiones,  a las otras especies, en este monolítico y despiadado desierto de humanos.

Rosaura, como, por lo demás, hacen también mis parientes lagartos, siempre acaba por columpiarse cada vez más alto y más fuerte sobre mis pantalones abiertos y desvalijados de casi todo rastro humano, sobre mis pantalones casi esquilmados de todo canon humano de armonía y belleza,  a causa de  un atroz y voraz capricho  que los dioses de la sensualidad y de lo efímero siempre tuvieron conmigo, desde el mismo instante en que la vida me alumbró en este extraño mundo, en este planeta Tierra, a la vez tan espantoso y bello como para poderlo soportar  sin la medicina preventiva de  mi amor sobrenatural, sin la poción milagrosa de amor  de mi Rosaura amantísima.

Una vez acomodados y relajados en el apenumbrado y olvidado portal,  Rosaura deja que me despeñe con toda mi pasión por los tiernos y altivos acantilados de sus pechos, que siempre me ofrecen  a temperatura ambiente mi cuartillo de tibia leche maternal, que yo succiono muy ansioso y aterido de vértigos y desamparos inefables. Una tibia leche maternal  mezclada con la convulsa y placentera  secreción de mis lágrimas de amor. Una mezcla de sabores que termina siempre por dejarme en la garganta un extraño regusto a elixir, que nunca sé muy bien si es de vida o de muerte,  pero su inconfundible sensación a milagro no se aparta en todo el resto de  la noche ya de mí.  De paso, Rosaura, sin perder ni por un instante el ritmo de nuestra serenata nocturna de amor, alivia con el bambolenate hervor de sus desnudas nalgas el tormentoso trasiego de placer sin límite que electrifica la inflamada punta de mi cimbreante cola de hombre lagarto. Y todo se convierte entonces en  una eclosión de amor interplanetario  y abismal, salpicado por nuestra frenética y extraña zarabanda de compulsivos  y sinfónicos gemidos de amor, que parecen correr  entre dos torrentes paralelos de placer, entre dos mundos nacidos y destinados a no conocerse jamás, programados a conciencia,  tal vez,  para ignorarse el uno al otro durante toda la eternidad.  Y un aura como demasiado sagrada parece que empieza a empapar hasta el fondo nuestros cuerpos y nuestros espíritus, como si hubiéramos desmontado el último tabú o secreto que le quedase en pie a nuestro común Creador, como si todo en nosotros fuera una suerte de  prodigio de furia cristiana y caridad sensual bien entendida, y nunca mejor recompensada  por el inmenso amor y placer  que sabe siempre devolvernos con creces nuestro receptor. Y  más tarde,  tras todos aquellos  aludes de pasión intergaláctica y carnal,  muy poco a poco vuelve a mí, en muy dulces remansos, mi proverbial templanza de ánimo, mi confortable lucidez de témpano cartesiano, pero, sobre todo, y por encima de todas la cosas, mi flemático orgullo de Eximio Presidente del Ilustre Colegio de Registradores de la Propiedad del Estado. Y torna a adornar de nuevo mi semblante mi acostumbrado brillo de serenidad y virtud, mientras Rosalía y yo, de vuelta ya a nuestro hogar, cruzamos las primeras sombras de la noche por el centro de la ciudad. Y siempre procuramos coincdir en nuestro itinerario con las iglesias, parroquias y sedes de partidos y de ONGs, que a esa hora es muy frecuente que abran sus puertas de par en par  para dar salida a sus feligreses o afiliados que acaben de celebrar su última misa, reunión o comité.     

Es entonces un verdadero éxtasis de comunión y paz indecribtibles el que me proporcionan estas elegantes y singulares damas,  que acaban de terminar sus reuniones y ceremonias religiosas y sociales, cuando me saludan y me conceden de muy buen grado su más selecta y entregada atención.  No en vano son las mujeres del mayor  y más exquisito prestigio solidario y cristiano de toda la ciudad.  Mujeres que,  con sus misales,  o folletos de su asociación política o no gubernamental, aun bajo sus brazos, cogen mi mano entre las suyas y requieren mi opinión sobre alguno de sus asuntos espirituales o políticos,  o sobre cualquier menudencia mundana, y siempre  con la más humilde y sincera adoración.  Y qué decir cuando,  con cierta frecuencia, algunas de estas damas besan mi mano y la demoran  durante minutos enteros entres sus musitadores y aturdidores labios... Entonces,  al recordar el bálsamo milagroso de flujos salvajes y abismales que aun envuelve con su misterio de electricidad reptil  mi extremidad, al recordar todo aquel bálsamo de leche materna y  semen de hombre lagarto, al recordar aquel bálsamo de lágrimas intergalácticas y de ecos y susurros que dejaron por toda mi piel aquella bendita resaca de prodigio reptil y sobrenatural...  Entonces siento como mi placer alcanza cumbres divinas y celestiales de genuina y transcendental espiritualidad.  Y una última caricia o carantoña excitada sobre mi rostro, que como contagiada por mi propio éxtasis  me prodiga,  muy jadeante y  ardiente,  alguna de estas distinguidas damas, parece concederme el definitivo visto bueno,  o asentimiento humano y oficial, de que ya no queda sobre mí ni un solo vestigio de posible sospecha, o gélida escama,   ni un solo vestigio o huella de mi naturaleza secreta y oculta de hombre lagarto. Yo soy para estas excelentes mujeres de la mejor y más caritativa y generosa  sociedad, el paradigma viviente del buen cristiano o del mejor  socialista carismático y solidario. Soy la prueba humana irrefutable de que cualquier utopía,  o sentimiento genuino de bondad, es de este mundo y,  por tanto,  posible.  Yo soy la mejor prueba de  que la utopía es posible porque siempre habita en el corazón del ser humano puro, que acepta, como tal,  las limitaciones,  pero también los desafíos,  siempre superables,  de su especie.  Y yo me gozo  lo indecible de sólo pensar que ya no queda ni una sola huella o reminiscencia de mi insaciable, y siempre  traumática, codicia reptil de carne humana, de mi insaciable voracidad de sanguinaria y sobornable selva humana,  de mi desbocada pulsión de pecador de intergaláctica bestialidad con ejemplares de una especie diferente a la mía, que en el caso de Rosaura se abisma en un amor que no aceptaba ninguna frontera de humildad y se pierde con inaudita pasión en insondables sentimientos megalómanos de infinita universalidad.  Siento, en fin, con infinita serenidad, que no queda ningún rastro identificble de mi dolor sin fondo de hijo de madre demediada, de madre huida y siempre ausente,  y ya desde mi nacimiento convertida en la criatura más repudiadora de mi ser, del mismo ser que ella engendró.  De madre fugitiva del recuerdo de mi existencia en los inalcanzables e invisibles horizontes de otras galaxias, que muy probablemente el ser humano jamás conocerá. Todos los males  y los crueles pesares se disuelven entonces al qeudar conjurados al calor y cercanía de estas eximias y admirables damas queson la flor y la nata de la solidaridad.  Y por momentos, creo, e,   incluso,  juraría, que recibo, a través del milagro de sus tiernos cuidados y atenciones,  un mensaje de paz divina y universal concebido para mí  por el Mismísimo Señor Jesucristo en persona,  o  por el  Presidente de la Internacional Socialista,  o por  toda la cúpula de la Logia Masónica  Mundial más universal.  Un mensaje en apariencia algo implícito o críptico, para una persona que desconociera los antecedentes reales y su importancia y ecuanimidad, pero un mensaje muy específico  y personal, en realidad, para quien esté sobre aviso y al cabo de la calle sobre la cuestión.   Un mensaje que pone en mi conocimiento,  a través de estas inteligentísimas y perspicaces mujeres,   que  me lo hacen  llegar con la mayor de las solvencias y estricta confidencialidad,  que  ya estoy  a salvo, que ya no queda el menor atisbo a la vista de mi muy temeroso y escondido estigma, que  mi tranquila y respetable vida de Registrador de la Propiedad y de las hogareñas voluptuosidades de Rosaura, mi enfermera eslava y amantísima, vuelve a seguir su curso natural.  Que mi vida vuelve a ser de nuevo confiada y complaciente. Al menos hasta el nuevo sábado noche, por supuesto,  en el que,  tras una esporádica y brutal crisis de interplanetaria identidad,  todo volverá,  de su mano de nuevo,  a comenzar para mí amparado por su muy humana y comprensiva solidaridad.    

    

 

  

 

 

 

   

17 comentarios

Tu Lola -

Pero releo lo de Deoliza y tampoco es verdad que tenga amores a pares, no le creas Que te enseñe las pruebas. Mi único amor es el tuyo. Y mal correspondido porque ni siquiera vienes a verme, yo de poder ya hubiera ido a verte sin pensármelo ni dos veces.
Y si ya has renunciado tan pronto a mi cariño es que NUNCA me quisiste, uno no olvida en unas horas, yo al menos no lo hago.
Ven a verme de una vez por todas y no me juzgues equivocadamente porque puedes volverte a equivocar y otra vez ya no, ya no se vale. Y puedes volverte a arrepentir y ya no se vale tampoco. Un beso.

Tu Lola -

Mi amado Lounly Flipidor siento mucho leer hasta hoy y recién esta entrada con todos los comentarios y me calma comprobar que me quieres, dices que me quieres :) Me asusté la última vez cuando maldijiste al Wyoming porque no deseabas hacerlo personalmente y se me olvidó preguntarte (creo que te lo he dicho antes porque ya te he escrito en las anteriores entradas): ¿Es que acaso solo pensabas decírmelo una vez? ¿y si me muero antes de verte? ¿me iría de este mundo sin escucharlo de tus labios? o ¿imaginarlos que lo dicen leyendo estas letras?.

No ha sido a propósito mi ausencia del hogar pero ahora me alegro de haberlo hecho porque has dicho entre palabras extrañas frases que me han hecho muy feliz y lo último que ha escrito el Deoliza es precioso pero al José Donis no le creas, al menos no se trata de mi persona lo que dice.

Discúlpame yo tampoco se cuántos meses más tardaremos en vernos, te juro que estoy haciendo mis máximos esfuerzos porque eso suceda pronto cielo y no se te ocurra repetirme que no t-qro porque no es cierto, es absolutamente falso, no tengas ninguna, mira la hora que es y yo llevo varias horas pegada en este cacharro electrónico lleno de luces en el que no se me da bien escribir haciéndolo como los besugos de mal y dejándome los ojos que no se ni cómo me expreso pero tu me entiendes bien
¿Y dónde quieres que nos citemos? Si bien podrías tu venir a verme para hacer corto el tiempo pero me temo que puedes sentir reparo del que yo no siento porque si te viera llegar me avalanzaría a abrazarte y mis piernas no darían en velocidad tratando de imitar a Fitipaldi en correr a tu encuentro y mi cara tendría la expresión de mayor felicidad. Ya me imagino viéndote en la aduana y sintiendo cómo me temblaría el cuerpo y me veo salir corriendo a abrazarte así muy deprisa. Quizá no lo entiendas ¿por qué, por qué no? Si eres capaz de sentirlo en tus letras no podrías imaginar mi cara de felicidad?¿emocionada? ¿Por qué no? Y de esa gordura que me hablas solo me preocupa que dañe tu salud cielo, porque la belleza mayor la seguirás teniendo, esa de la que me enamoré de ti, y me sigo enamorando cuando te oigo decir tanta frases bonitas y no me preocupan los kilos en tu cuerpo sino en tu corazón porque yo te amo igual.
Me emociono mientras escribo esto, ¿quieres saberlo? ¿Qué mis ojos se han empañado?
Cuídate por favor, HAZLO POR MÍ MÁS QUE POR TI, ya te lo he dicho en otras ocasiones.
Y vuelvo a leer que también me-qs y dices que probablemente mañana lo seguirás haciendo, entonces ¿a qué temes encontrarme? Yo no le temo a más que a tu inseguridad, porque yo si se lo que digo y lo que siento. Leo tus letras y veo tus esfuerzos enormes de trabajo que realizas y me pregunto si ¿puedes pensar que con eso yo no te pueda q-rer aún más?
Quizá el tiempo que ha pasado era necesario, solo maldigo que no tengamos esos retoños con los que he soñado tantas veces porque seríamos más felices aún. Esos tres del pijama a rayas que te dan el besito de las buenas noches mientras estás sentado en tu sillón.
Antes no existían estos medios y he conocido miles de parejas que sin verse se han q-do hasta la eternidad concretamente recuerdo que un amigo me contaba hace muchos años que sus padres se habían conocido por carta sin haberse visto jamás y luego mira: la prueba de que funcionó:….él nació……..
Pero lo nuestro es aún mejor porque ya lo sabemos y nuestras manos se conocen y yo sé que te quiero y que me quieres y que nos cuidaríamos el uno y el otro el resto de la vida porque además tengo la certeza de que seríamos como los hipocampos (y que ya te lo expliqué en otra ocasión), haríamos una danza todas las mañanas para cambiar de colores y matizar nuestro amor y si muere uno muere el otro. Y llámame como quieras: ilusa, engreída, etc. Lo siento, veo tu corazón tan poderoso como el mío. Y por ese asssúúúúúcar y mucha caña que te daría como dices. Mira que me haces reír con tus ocurrencias, ¡ay! ¡si te tuviera enfrente ! te besaría con toda la emoción del caso y no podría evitarlo.
Haz lo que desees pero te seguiré q-endo y cuidando en la distancia y te pido que NO comas esas barras de choco por favor, si tu dices que lo quieres escuchar de mis labios, lo escucharás. NO COMAS ESAS BARRAS PORQUE ME HACES SUFRIR DEBIDO A TU SALUD, Ni exageres con las pipas que aunque no son tan graves al menos, pero recuerda que en exceso si, como todo. Por favor. Por lo tanto no exageres con ellas tampoco. POR FAVOR TU SALUD ME INTERESA MÁS QUE CUALQUIER CACHETE O MICHELÍN DE MÁS. ¿Acaso es que me crees tan superficial? Dejarías tu de quererme si me faltara un diente? :)jaja Dímelo :)) imagino tu cara sonriendo y diciéndome que si, que si que lo harías, que me dejarías de querer si no tuviera un diente. ¿Ves? Por eso dudas de mi querer porque eres tú que te ves no amándome, yo no tengo duda de mis sentimientos hacia ti. Me arreglaría el diente, todo tiene solución, pero si tu dudas de mi cariño es porque el tuyo se acabaría y te avergonzarías de mi, tu no eres el seguro de quererme, pero yo SI lo soy por ti, mi cara sigue empapada de lágrimas mientras leo esto que escribo.
Y me preguntas: ¿qué importancia puede haber en el hombre que hay detrás de los relatos? La misma de cuando te conocí aquella tarde luminosa de abril que hizo sentir tan bien a mi alma, esa misma importancia que me dice que estaré bien cuidada con un gran hombre que me amarás y me respetarás y que no me sucederá nada malo más en vida porque ahí estarán tus brazos y tus manos para cuidarme al igual que haré yo contigo. Y te diré más cosas cuando me beses de nuevo y esté vestida con el vestido más hermoso, el más elegante y bonito que tenga para hacerlo, el que mejor se que me sienta según St-Laurent que es ¿sabes cuál? el de tus brazos, porque no quiero seguir diciéndote cosas que puedan escuchar algunos indiscretos, o envidiosos con sus miradas insidiosas, lo sabes.
Muchos besos muy grandes y todo lo demás que desees soy tuya, lo sabes y de nadie más.

Carlos de Oleza -

Con el sueño por sombrero, improviso jugando con pocas palabras.

¡Hola! ¡Oh Lola!
¡Lola! ¡Oh hola!
Ola de mares,
amor a pares.
¡Hola, oh mares!
Pares las olas;
olas, pareis holas,
¡Hola! ¡Oh Lola,
alumbraste holas!

José Donís -

Lola:
Lo mejor era ver salir el Sol recién nacido detrás de unas gafas oscuras. Cualquier parking de garito cerca de la playa.

zalacain -

Lonely, Lonely, Lonely.
Yo tambien tengo un hogar en los abismos, un aguijón en la carne, un cuerpo de muerte que cargo a mi espalda. Algo sabe el caballero Rigoletto.
Estos dias he hecho el ridiculo, con la mujer más bella e inteligente que he conocido jamás, 24 años. Y sigo arrastrando el cuerpo de muerte cosido a mi espalda.
No ha habido milagro y seguiré conformandome con con la Gracia de HaShem a quien no se cuando traiciono más, cuando hago o cuando omito; pero me ama y cuida en el Sendero que lleva a su Casa, seguro que me dirá:
"Tonto, tanta belleza que te di, tanta capacidad, tanta oportunidad y tu decidiste sufrir, incluso después de conocerMe. Y lastraste tu vida por no entregarme tus miedos y no saltar al vacio en soledad.
Pero has sido burro de carga en una pequeña misión y auque siervo inutil eres te lleno de bendición".

Tremenda Lola. Ya me conoces, Lonely y mi primer impulso es salvarla. Pero he decidido pasear por el valle de sombra de muerte que es los abismos, no pienso tener un hogar en él, conozco todos los abismos y solo este aguijón en la carne hará que de vez en cuando entre a pasearme y a contaros sus terrores. Pero no os contaré cual es su trampa, ni como se sale.
Yo ahora vivo en lugares de delicados pastos con agua de manantial, solo esta herida mal curada queda en mi, pero alguna vez la urgo y entro en el abismo.
Ha nombrado Lola sitios y lugares del Madrid de la Movida. Yo pase el invierno de 1.982 en Madrid y andaba por muchos sitios, incluidos la mayoria de los que nombra. Abandonaba mi primer barco y a una novia en el Puerto de Santa Maria y no tenia donde ir, un amigo me presto una casa en Madrid. Pero yo era un superviviente, un viejo de 22 años y no conoci a los famosos, solo seguia destruyendo amigas, amigos, conocidos, a todo el que se cruzaba y eran muchos pués era apuesto y solo exclavo de mis miedos y complejos, para mi era una pelicula que no tenia nada que ver, pero era yo, era mi vida, y no me implicaba en ella. Que ignorante, era mi vida, y decidi la locura. Ya viviré mañana, decia, y nunca mañaneaba.

Bueno no tengo muchas ganas de escribir, ni de leer. Escribes tan largo que es farragoso y cansino. Pero te felicito por tu blog y tu exito.
Gracias por el capotazo que me has brindado en La Marea y por la invitación a tu blog. Es probable que venga a escribir unos apuntes del subsuelo.
Que tentación me ha entrado de moralizar, en este momento, pero me he reprimido. De todas formas no puedo evitar decirte que confio que encuentres la salida.

Lonely Flipidor -

Pues yo llevo 4 o 5 días comiéndome una tableta diaria de chocolate con leche y almendras. De las gordas. Nada de las de Nestlé extrafinas. Más las bolsas de pipas de calabaza, que de eso ni llevo la cuenta. No sé qué me pasa, Lola. Y menos aun por qué quiero comer tanto. Algo me debe tener nervioso. Pero no logro seguirle muy bien la pista a mi inconsciente. No me entero de gran cosa. Como seas tú la causa, Lola, mi Lola, mi dulce Lola... Como seas tu la causa supongo que tendrás que hacerte cargo de los gastos de mi clínica de adelgazamiento. Como tardemos muchos meses en citarnos me temo que podré ir rodando hacia ti como una enorme bola. Es una de mis fantasías eróticas favoritas: aplastar a varias decenas de inocentes ciudadanos mientras me dejo rodar Gran Vía abajo. Y tú serás la única culpable, Lola, la culpable de mi obesidad mórbida incurable. Y hubieses deseado con toda la fuerza de tu corazón nunca haberme conocido, cuando me veas como me desaloja con mucho tiento y cuidado, en una de tus terrazas favoritas en al que te citaste conmigo, una grúa portuaria de esas enormes.
Llegué el domingo por la tarde al castillo. Creo que estamos a jueves, no lo sé muy bien, porque las películas de Bergman de madrugada me hacen perder el hilo. He venido el domingo decía, y creo que he engordado desde entonces cinco kilos.
Lola, dime que deje de comer ya de esta forma insensata. Dímelo tú, que tienes sobre mí mucha ascendencia. Que quiero volver a sentirme como una pluma frágil, casquivana y veraniega. Y no puedo inspirarme así, con la tripa tan llena. ¿Por qué me dejas comer tanto, y sobre todo con tantos hidratros de carbono y calorías? Lola, tú no me quieres nada. Tú en realidad sólo tienes curiosidad por el negro senegalés macizote que me escribe mis historias. Sino ya me habrías propuesto desde mi relato anterior ser mi indestructible e infatigable agente literaria. Tú te crees qeu yo me chupo el dedo. A ti sólo te interesa mi negro, mientras disimulas y haces como que te importa lo que a mí me pasa. Me quieres sólo por mi negro, Lola, porque sabe dar mucho asssúúúúúcar y mucha caña... Y ahora quieres simular como que mi blog es una especie de casa del pecado o lenocinio, a la que hay que frecuentar lo menos posible, y que yo soy poco menos que el cuerpo o el arma del delito. No me engañas, Lola. Pero nunca, nunca, volveré a pasar hambre, digo nunca, nunca sabrás quién es el negro que me escribe mis historias. Antes muerto que pringado. Pierde toda esperanza, Lola. O eres mía o sólo de tu m... (¡Qué fuerte suena esto, Lola! Lo siento, de verdad. Perdómame. Es la sobrealimentación.)
Al menos dime que no coma tanto. Guarda siquiera las formas. Las formas son muy importantes. Por eso no puedo comer tanto. Dime, Lola, que guarde la línea. Y un poco también de curva, Lola, que los hombres también tenemos derecho a un poquito de curvas. Pero a mi negro no lo conocerás, Lola, no me cansaré de repetirlo, por mucho que te hagas conmigo ultimamente la colegiala mojigata.

Yo también t q., Lola. Y que lo haga también mañana es muy probable. ¿Pero qué importancia puede haber en el hombre que esté detrás de unos relatos? Si me lo explicases, Lola, Lola, Lola... Porque yo te juro que jamás eso lo he entendido.
Pero al menos dime que no coma tanto, que voy por el mal camino. Dímelo ya de una vez, Lola, que me enfado.

lola -

Mierda, mierda, mierda. No me he resistido. Lo he leído todito. Ayer rompí mi régimen con chocolate negro con almendras. Pareces el del ramito de violetas. Intento alejarme de nuevo, a ver si lo consigo esta vez. t q.

Rigoletto -

Muchas gracias por tu invitación, Lonely, y sí, espero ser asiduo de tu blog. No tengo redaños ni mejor crianza para decidirme a inaugurar el mío propio. Hace algunas fechas, en una inserción anterior de este foro que supuraba almíbar y melaza, expelí un breve comentario que quizá fue mal interpretado.

Los británicos son muy contenidos para todo, menos para la indecencia que les suponga ahorro; suelen pedir el “doggy bag” en el restaurante: esa bolsita apañada en la que a “tutti plain” se deposita en miscelánea lo que antes ni dejaban a los pollos. Estos guiris británicos en “happy hour” permanente cuando se encuentran es España, adoran ir a los “chinese” pues bien conocida es en las islas la esplendidez de sus versiones españolas, y así los super menús para seis que salen a céntimo pueden arreglar media semana y aligerar el presupuesto destinado al bebercio por el excedente. Lo del “doggy”, en fin, es puro retraído, mera impostura, ya que el perro, en todo caso, mirará desde el proscenio los carrillos de los amos para hacer saliva.

Explico esto, porque ante la envidia y desmayo levantados al ser testigo de tan acendrada efusión de amores con tu bella Lola, y dado mi estado de viudedad de hecho, reclamé vuestras sobras y carantoñas con intención británica, es decir con el fín de pillar para mi persona lo que excediera al caso. De esta forma el chusco que solté en mala hora, y que ya apuntaba a quedar en una forzada y poco acertada metáfora, terminó por derivar en un malsonante e inadecuado comentario. Digamos que la sinceridad española no admite interpretaciones desviadas y mis peticiones, a vuestros ojos, parecieron ir directamente dirigidas a satisfacer a un chucho. Finalmente, Lola acotó los límites con unas palabras sobre la bilateralidad del sentimiento amoroso.

Dicho esto a modo de atildado de borrón.

Un cordial saludo a todos –y todas-.

Lonely Flipidor -

Rigoletto,
le voy a disculpar sus ciertas dudas o tentaciones de pensar que algien como Lola, mi Lola, la bella Lola, la otra Lola... pueda ser fruto de mi imaginación. Aunque, por otra parte, pueda ser demasiado halagador para mí. Si no fuese porque le tengo por un caballero muy recto y de Ley pensaría que Ud. pretende sembrar infundios o sospechas sobre mis supuestas estratagemas para atraer lectores. Pues en qué cabeza cabe que un personaje tan inverosímil como Lola se lo pueda uno inventar. Sobreestima Ud. demasiado mi "inagotable creatividad", ya le digo. Es mucho más fácil contar tus andanzas de hombre lagarto por el lado oscuro de la ciudad, créame.
De otro lado, no me gustaría retrasar demasiado mis experimentos con relatos de menos extensión.
Ah, y nunca me habías llamado "viejo truhán." Mide un poco tus expresiones, a ver que se va a pensar Lola, mi Lola, la bella Lola. Lo digo por lo de "viejo", claro, que lo de truhán mola un montón, y a mis 89 años, y en el S. XXI, me considero en la flor de la edad.
Pd.: ¿Vas a seguir todo el curso opinando de política? Ya verás como un año de estos te vas a hartar.
Tú no dejes de venir a mis hogareños abismos, que yo tendré aquí siempre muchos sueños para ti y te daré siempre cuartel.
Qué mierda más curiosa, Rigoletto, es esta de la política, que me he pasado casi un curso entero compartiendo un montón de opiniones, de horas y de días con unos nicks, que luego, porque si uno es muy cristiano nacionalista, el otro un caballero español de viva D. Mariano y cierra España y el de más allá porque la derecha española no da la talla europea y bla, bla, bla... El caso es que se crea una atmósfera absurda, árida y estéril, donde la vida, la literatura y el arte están negados.
Se acabó.
Doy por muy satisfechas las expectativas de mi máster de airado casino de pueblo y aridez. Creo que me he quedado curtidito hasta el año 2026.

Rigoletto -

Muy interesante, Lonely, ya sabe que disfruto de su prosa, aunque debo de decirle que las largas narraciones en pantalla de ordenador resultan un tanto tediodas; por supuesto por la incomodidad del soporte, no necesariamente por el contenido en sí.

Si no fuera porque le tengo por hombre de Ley, tendería a pensar que sus Lolas&friends son fruto de su inagotable creatividad, en aras de impulsar su flamante blog. Pero sería injusto incluso sugerir tal posibilidad, cosa que no hago pues apuesto por su intachable rectitud.

Enhorabuena, y por aquí nos veremos, viejo truhán.

Lonely Flipidor -

¿Qué es un kroll?

Lonely Flipidor -

Gracias, Lola, mi Lola, la otra Lola, la bella Lola...

No te preocupes del filo de mi lengua y de mi cuchillo carnicero. Tampoco de mi ombligo, por supuesto. Son sólo instrumentos de mi oficio. ¿Si fuese carnicero te pasarías el día preocupándote acaso de mis peligros con la máquina de hacer lonchas o picar carne?
Pues eso, hay otros mundos, pero están en éste. Y todos caben a la perfección en mi ombligo, donde me ha costado reunirlos a todos un huevo. A otro tipo de gente quizá no le haga tanto bien, ni se lo haga a los demás, esto de tener tantos mundos en su ombligo, digo, pero eso es porque no son capaces de ver que el ombligo es el espejo diminuto del Universo que cada cual se merece.
Pero no soy erudito, ni de coña. Esto tienes que tenértelo muy claro. Eruditos son quienes se pasan la vida publicando libros sobre Historia, Derecho, Sociología, Cocina... Un escritor y un erudito es un matrimonio demasiado extraño. Aunque, bueno, alguna manía o especialidad siempre se podrá tener. Yo sólo quiero contar mis historias intransferibles y personales. Conspirar contra la realidad con mis ficciones y evasiones. Como cuando intento interpretar la realidad me suelen salir muchas películas y seriales, y con multitud de finales siempre abiertos, pues para eso es mejor que me dedique a hacer la película o inventarme la ficción directamente, pasando de la realidad, que además suele ser muy árida y coñazo. Al menos entre semana.
Este relato tiene partes que seguramente haya que masticar más rato. No me ha quedado más remedio, porque es un relato de atmósfera más que nada. Y además creo que la sobredosis de chocolate (con almendras, no seas mal pensada, o sí) me ha dejado las palabras un tanto apelmazadas y pegajosas en mi cerebro. He tenido que expulsar la historia de mí como si fuera uan especie de pegote extraño. ¿Y por qué me he metido en este lío de que soy un hombre lagarto? ¿Y ahora cómo salgo de ésta? Pero, en fin, por lo demás, recomendaría a todo el mundo que hiciese, de cuando en cuando, terapia de sentirse único, irrepetible y diferente. Corremos el riesgo de volvernos demasiado poco humanos cuando nos guarecemos en exceso en las convenciones y reglamentos de la sociedad, de la masa. Hay que respetar las convenciones y reglamentos (en general, supongo), pero no utilizarlos como coartada para nuestras cobardías y miserias. A veces hasta la simple lectura de un periódico nos puede poner por momentos a salvo. No es tan difícil.

Me cuentas cosas muy curiosas. No creas que porque no las comente no las sienta o no me dé cuenta. Pero creo que deberías tomarte según qué cosas con más naturalidad y tranquilidad. Tú también, a veces, tienes capacidad para generar inquietud y miedo. Un poquito, al menos. Pero entonces vuelvo a pensar en mi ombligo un rato y se me pasa. La verdad es que mi ombligo tiene mucho ambiente.



La otra -

¡Jo! ¡der!
Cómo me ha emocionado el el polvo de Rosaura. Yo sí que me estoy volviendo loca, como el Alonso Quijano del Quijote, pero en virtual.

A veces, cuando te leo, se me va el santo al cielo. Tus textos requieren concentración, son difíciles para mí. Otras veces tu prosa serpentea por mi cabeza en perfecta armonía.
Qué raro eres, Lonely Flipidor. Venía pensando, después de dejar a Mario en el cole, que te tengo que dosificar. Eres, si no extraterrestre, sí un ser humano distinto de todos los que he conocido.

Te voy a explicar lo que me pasó la semana pasada, y verás que no estoy muy cuerda. De repente me encontré pensando en ti día y noche (sin coña). Creo que me enamoré de un ejemplar único de kroll. Después de visitar tu hogar en los abismos, borraba el historial de mi navegador para que nadie en mi familia sospechara. Atrapada en esa sensación, te ataqué inconscientemente con la bromita que tan mal te sentó y con razón. Y después de despedirte con un "hasta nunca", me pasó algo que no me esperaba. Me sentí horriblemente mal. Yo que siempre hago mis cosas contenta, cantando boleros y coplas, me encontré tristísima, y pensaba en la posibilidad de que tú también estuvieras hecho polvo.
Decidí pues, rogarte a través de mi amiga, que me dijeras algo, y el discurso tronco-ininteligible me dejó (a mí, yo soy yo y tú eres tú) tranquila con la comunicación recobrada.
El lunes me marché fuera de Madrid, y recuperé algo la cordura, pero volví el martes por la tarde y me lancé al ordenador.

No sé nada de ti, por más que trato de adivinarlo en lo que escribes. No puedo estar tranquila, como cuando leo cualquier novela sin saber nada de su autor. Sé que estamos a un clickeo de distancia. Me da miedo conocerte, porque alteraría seguro mi azacanada (¡!) vida de madre de familia numerosa, pero por otro lado tengo un deseo irresistible de hacerlo.
No nos enamoramos de las virtudes de la persona, sino de sus ligeros defectos soportables. Tu erudición y tu sensibilidad son tus virtudes, pero hay algo que me chirría ligeramente: una soberbia, un mirarte el ombligo que creo que puedo tolerar, aunque me asusta esa lengua viperina, un cuchillo afilado que aunque hace bien su función puede herirme de muerte.

Y eso es lo que siento hoy. Como una cabra. Tengo que dejarte, y venir a tu encuentro una vez por semana como mucho, que me haces mal. Ni el blog de Juan Cruz voy a mirar para no tentarme. Hasta pronto, querido Lonely.

Lonely Flipidor -

Charadita,
no sé de qué noticia suya me habla que dice que me ayudó a dormir no sé cuando como un bebé. (En la zona de comentarios del relato anterior, por si no se acuerda ya.)
Si me volviese Ud. un poco menos loco, se lo agradecería muy encomiablemente, la verdad. Ud., por si acaso, también cuídese.
Nada, a mandar.

Lonely Flipidor -

Recomiendo leer el relato desde el principio, que después del último reciclado y lavado corre con mucho más sentido, más rápido y mejor.
La verdad es que hacía mucho tiempo que no se me apelmazaban así las palabras y me daban tanto trabajo.
Creo que ha sido una cuestión de rotura de hábitos alimenticios... (y etílicos), más que nada. Y de temática, supongo.
Pues eso, que ahora sí creo que se deja leer mucho mejor.

Lola, Lola, Lola... Te noto cada vez más suelta. Como sigas así cualquier día de estos vas a tener alguna idea muy original. Ten cuidado. Como te sigas explorando sin miedo, tarde o temprano la vas a montar. Espero que me pilles preparado.

Heidi -

¿Y sigue esa eslava a tu lado, Ironside? ¡ñiiii, qué curiosidad! He vuelto a tu hogar, al sitio de mi recreo, para ver si había más, pero nada, y ya sabes, no me puedo callar.

Lola -

¿Ligabas viendo uve? No, no puede ser, me estoy poniendo colorada y me salen cientos de pepitas, jajajaja.

Yo tenía un problema gordo cuando salía por la noche en los 80, y es que explotaba de guapa. Las que no eran guapas, podían elegir, pero a mí me elegían, y daba pereza a veces decir no. Yo no buscaba sexo en el sexo. Buscaba cariño, y de eso había poco en la movida madrileña , así que sufrí bastante. La belleza abre puertas a las niñas de dieciseis años que tendrían que permanecer a cal y canto por orden judicial. A ver si me acuerdo de por donde me movía: Rock-Ola, Pentagrama, La Vía Lactea, La Universal, El Baile, y más tarde Le Cock, Ya'está, Cuatro Rosas, Ambigú... yo qué sé. Conocí a personajes y personajillos: Iñaki Glutamato, Loquillo, Jaime Urrutia, Ceesepe y El Hortelano, Alberto García-Alix, Pablo Carbonell, Borja Cassani, Agata Ruiz de la Prada, y cientos más, más o menos famosos. El caso es que me elegían siempre los más lagartos. Pero todo eso está olvidado, olvidadísimo. Hace siglos que no salgo. La última vez estuve en el Café Central, escuchando un concierto y luego fui con unas amigas al Calentito, a pasear mi duende. Es un sitio de flamenco y gitaneo.

Me casé hace más de diecisiete años con el que llamaban el Zurbarán del Vídeo. Tiene mucho talento, me hace reír, le quiero más que a nadie en el mundo. Siempre le he sido fiel. Ahora estoy pasando la famosa crisis de los cuarenta, que consiste en darme cuenta de que mi belleza no volverá, de que se hace tarde para aprender cosas nuevas, y la suerte está echada. Tengo miedo de que se me vaya la pinza, y contigo se me ha ido un poco.

¿Has probado a escribir en el bloc de notas (pc) o en el texedit (mac). y copiar desde ahí? O copiar de word al bloc de notas, y luego al blog. Mira a ver.